Tantas noches de insomnio le habían servido para hacer
balance de su vida. Descubrió cosas que no le gustaban, otras que la habían
hecho feliz. Llegó a la conclusión, que una parte de su existencia había vivido
a través de otros, y eso le molestó.
Así que dedicó las noches, en las que el tiempo parecía
detenerse, en redactar su declaración de independencia. Comenzaba así:
Mañana, regalaré sonrisas a quien quiera recibirlas.
Mañana, jugaré con los niños y escucharé a los ancianos,
aprendiendo de la inocencia y de la sabiduría que dan los años.
Mañana, dejaré que la lluvia empape mi cuerpo, y la sentiré
como un regalo.
Mañana, olvidaré los nombres y los rostros de los que tratan
de manipularme con palabras falsas, amores egoístas y promesas incumplidas.
Mañana, comeré helados, chocolate, dulces, sin preocuparme
por las calorías.
Mañana, bailaré y cantaré, aunque lo haga mal, porque no soy
perfecta y así me gusto, así me quiero.
Mañana, sólo mañana, haré todo lo que me han prohibido para
sentirme viva.
Mañana…es hoy. Así que comienzo a vivir y a ser feliz.
Firmó y le puso fecha. Se levantó despacio y se marchó en
busca del sol, al que le faltaban pocas horas para salir.
Un hombre lee una carta al lado de una cama vacía. Sonríe y llora
mientras cierra la puerta de la habitación destinada a enfermos mentales.